Es fácil ser asesino, de algún
modo todos lo somos. Cuando un hombre considerado peligroso es asesinado y
sentimos alivio, en ese momento somos asesinos; no apretamos el gatillo, no
perforamos con el cuchillo pero ese alivio es una expresión de “me alegra que
alguien sí lo haya hecho”. Nuestro respaldo a esta acción o suceso nos hace
coparticipes de la acción, patrocinadores del delito de homicidio, quizá un
poco cómplices.
También nos constituimos en
jueces al sentir alivio por el violador enviado a prisión, algunos se atreven a
decir “para que allá lo violen también”. Somos jueces y verdugos.
¿Cuántas veces nos han perseguido
para matarnos?, ¿en cuántas de esas veces hemos tenido un arma para defendernos
matando primero?, ¿Cuántas veces el hambre ha sido tan continua y desesperante
que nos olvidamos de la moral en aras de la supervivencia?, ¿Cuándo fue la
última vez que antes de juzgar nos vimos a nosotros mismos?, ¿Cuántas veces
hemos suplido al hambre de un desconocido?, ¿Cuántas veces hemos dicho “buenos
días” al que duerme en la calle y sin que nos pida le hemos llevado un café?.
Nos llamamos a nosotros mismos
“buenos” porque no le hacemos daño a nadie, lo cual es mentira, dañamos,
herimos, insultamos, ignoramos al pobre y al necesitado. Creemos que no hacer
daño es ser bueno y nos olvidamos que no hacer el bien pudiendo hacerlo es
también un pecado, o como dice una frase hermosa, chocante e incomoda:
“El mal triunfa
cuando los buenos no hacen nada”
“No me aterra el
actuar de la gente mala, me aterra la apatía de la gente buena”
Martin Luther King Junior
Que fácil es no creer en las
palabras de arrepentimiento de un asesino o un violador de niños, que fácil es
decir que son falsas, que fácil es acusar de falsas las lágrimas de alguien que
busca redención, que fácil es, en esos momentos, no recordar la necesidad de
abrazo y comprensión de aquella vez en que los arrepentidos éramos nosotros,
quizá por cosas, que según nosotros, no son tan graves. Moríamos en nuestro
dolor, fallecíamos en nuestra dolencia por una debilidad de carácter,
buscábamos perdón aun cuando solemos no ser de los que perdonan o de los que
dicen “yo perdono pero no olvido”.
Que hermoso es saber que Jesús
perdono a un asesino y violador crucificado a su lado, a una mujer que había
tenido varios esposos y el ultimo ni siquiera era su esposo. Que siendo
escupido e insultado aun decía “perdónalos porque no saben lo que hacen”. Qué
bueno que tenemos un Dios que conoce de nuestra ignorancia, que triste pensar
que quizá nos ve y llora de ver como el perdón que abundantemente le pedimos
para nosotros no se lo damos a los que están a nuestro alrededor.
Solo pensamos en cárceles, en
pena de muerte, en ejército, y quedan de lado las escuelas, las iglesias, la
relación con Dios y el perdón. Pensamos en los homicidas y violadores para ver
en ellos grandes males y así pasar por alto nuestras “mentiras blancas”,
nuestros “soy humano”, “nadie es perfecto”. Señalamos al asaltante para que
pasen desapercibidas nuestras hipocrecias y falsedades.
Una cosa es clara, la santidad o
la limpieza de nuestras almas delante de Dios no es un asunto de buenas obras y
aún menos, de buenas intenciones, es un asunto de la limpieza de nuestro
corazón y el perdón de Dios para nosotros parece depender de nuestra capacidad
para ser perdonadores, dicho de otro modo… si no perdonamos, si hay en nuestro
corazón rencor, rabia, resentimiento, el perdón de Dios quizá no esté
disponible para nosotros; sino, ¿por qué las palabras de Jesús fueron “perdona
nuestra ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”?
Perdona, pide a Dios un corazón
perdonador, vive sin rencor, vive libre y serás lleno de Dios.
Mateo 5:28
Yo
pues os digo, que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró
con ella en su corazón.
Mateo 25:34
Entonces
el Rey dirá a los que estarán a su derecha: Venid, benditos de mi Padre, poseed
el reino aparejado para vosotros desde la fundación del mundo; 35
Porque tuve hambre, y me disteis de comer: tuve sed, y me disteis de
beber: fui extranjero, y me recogisteis: 36
Desnudo, y me cubristeis: enfermo, y me visitasteis: estuve en la
cárcel, y vinisteis a mí. 37 Entonces
los justos le responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te
sustentamos? ¿O sediento, y te dimos de beber? 38 ¿Cuándo te vimos extranjero, y te recogimos?
¿O desnudo, y te cubrimos? 39 ¿O cuándo
te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? 40 Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os
digo, que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeñitos, a mí
lo hicisteis.
Santiago 4:17
El
pecado, pues, está en aquel que sabe hacer lo bueno, y no lo hace.
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