La vida puede considerarse, con facilidad, una sucesión de hechos. Cada día tiene su propio afán, cada día algo que resolver, algo en que trabajar para asegurar en algún modo nuestro bienestar. Para los de la ciudad es estudiar o trabajar para obtener un merecido sueldo, para el campesino es la tierra para obtener de ella alimento y también dinero por las ventas. Para un niño pequeño es ver qué cosas nuevas le traerá el día, qué experiencias novedosas o maravillosamente repetidas vendrán hoy.
Basta con ver nuestras propias fotos de bebés o de pequeños, para ver en nuestros ojos la expectativa de la vida, la sorpresa de ver a la cámara esperando la increíble luz del flash, la confusa sonrisa de responder a los parientes que tras el fotógrafo nos hacían muecas para sacarnos una sonrisa. En aquella época no importaba el propósito de vivir, no había metas de mediano y largo plazo, no había recibos de luz y agua, internet y teléfono, no eps, no horario, solo vivir con intensidad el día. Cada día a la vez.
Un hecho psicológico es que todos tenemos traumas, todos en alguna medida fuimos seriamente afectados por una serie de hechos que de manera inesperada azotaron la puerta de nuestras emociones, irrumpieron en nuestro mundo ideal y nos sacaron del sueño maravilloso de una vida de gozo. Un segundo hecho, quizá más interesante es que pudiendo sanar, la mayoría deciden llenar su vida de estudio, de trabajo, de entretenimientos, de lo que sea que no nos deje pensar en los días que nuestras vidas cambiaron, lo que sea que me aleje del sentimiento de dolor.
Un tercer hecho es que nos hemos vuelto tan buenos para negar que en verdad parece que no tenemos dolor. Las relaciones familiares las percibimos como “normales”, nuestras fallas y defectos como “soy humano”, los llantos que producimos en otros “es cosa de él (ella)”, y nuestras venganzas “él (ella) se lo buscó”. Vivimos en hechos y acciones puntuales.
El vivir a diario, la vida como una sucesión de hechos, no nos deja ver qué pasa cuando los conectamos, entonces podemos ver que todos ellos nos están marcando el camino para no sufrir. Conectando los puntos, la vida adquiere propósito. El trauma nos lleva al perdón, el perdón a unidad, la enfermedad nos lleva a la salud y por la experiencia a protegerla más, la soledad nos lleva a la compañía y valorar a quienes están cerca, la escases nos enseña a administrar, la pobreza nos lleva al hambre, el hambre a las ideas, las ideas a crear fuentes de sustento y desde el sustento a ayudar al necesitado y tras haber conocido el dolor aprendemos a ayudar a los demás.
Basado en:
Génesis capítulos 37 al 40, resumidos a continuación
La fe es un trauma de infancia.
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