En términos
humanos lo hacemos constantemente. Un ejemplo sencillo de ilustrar en este: Un
joven sale de casa y queda en ella su madre y cuando viene en la noche no está
pensando ¿qué comeré?, ¿Qué cocinaré?, Tiene la certeza de que mamá ha
cocinado.

El joven tiene
fe, una confianza ciega y absoluta en su madre como garante de su alimentación,
quizá porque el 90% de las veces no le ha fallado en una promesa, porque no ha
olvidado un cumpleaños, porque le cambio pañales, le atendió diarrea, se
trasnocho calmándolo de una pesadilla infantil, quizá porque aun en las cosas
que da por sentado (afecto, protección, ropa, juguetes, desayuno, almuerzo,
cena, recordar el cumpleaños, etc.) esta mujer es infalible. En otras palabras,
tiene fe en su madre porque la conoce.
Del mismo modo
la fe, la confianza que tenemos en otras personas se basa en el conocimiento
que tenemos de ellas, en la puntualidad e infalibilidad que tienen con los
compromisos que asumen. En palabras de nuestros abuelos por si “tiene palabra”.

Si no le
conocemos no podemos tener fe. Si no leemos Su palabra no podemos conocerlo, si
no la ponemos en práctica no sabremos si “resulta”, si solo criticamos sin
arriesgar o probar por nosotros mismos no reconoceremos Su fidelidad pues jamás
nos habremos apoyado en ella realmente. Si no vemos como nunca nos falla no
podremos reconocer su obra en nuestra vida, sino vemos en lo que damos por
sentado (sol, luna, estrellas, oxigeno, gravedad) como venido de Su mano,
entonces claramente no lo vemos cara a cara.
Dios siempre
está:

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